Volvemos encantados y maravillados y muy felices de un viaje impresionante y, ante todo, de una peregrinación inolvidable en lo personal, en lo emocional y en lo espiritual. Hemos vivido momentos tan intensos, tan bellos y tan edificantes, que tardaremos mucho tiempo en dejar de sentir en la mente, en la piel y en el alma sensaciones tan poderosas. Viajamos con los ojos abiertos, expectantes, ilusionados, pero ni el más optimista del grupo esperaba encontrar lo que nos aguardaba en Roma. La Piedad siempre te regala vida, fe y esperanza. Estos días en Roma, pisando su calles eternas, nos ha dado la posibilidad histórica de sentirnos plenos cristianos, comprometidos cofrades, mejores personas. Solo un baldón: la añorada presencia de quienes no pudisteis estar allí por una u otra razón . Y, sobre todo, echamos de menos hasta el límite el calor y la cercanía y el amor que siempre distingue la palabra de nuestro Consiliario. Estos días hemos orado, rezado, escuchado, compartido, caminado, emocionado, llorado y reído todos juntos. Como amigos, como hermanos, como cofrades. Juntos, como peregrinos de la Piedad en Roma por primera vez en la historia. Sentirse parte de ese privilegio, es un regalo más de los muchos que nos ofrece esta magnífica institución que es la Cofradía de la Piedad. Gracias a quienes habéis hecho posible que un puñado de hijos de la Madre hayamos podido cruzar puertas santas, peregrinar siguiendo su Luz hasta la misma tumba de San Pedro y, sobre todo, el haber podido escuchar y ver en la distancia pero con claridad y emoción incontenible, la figura, la voz y el mensaje de nuestro Papa León saludando a los peregrinos piadosos desde su balcón. Un momento que guardaremos en nuestro corazón hasta el último suspiro de nuestras vidas. “La Piedad nunca ha sido una cofradía inmovilista, todo lo contrario. Por eso nuestra obligación es estar continuamente empezando” (Enrique Octavio). La Piedad del año 2025, la del siglo XXI, la del hoy y del mañana, tal vez haya comenzado en estos cuatro días de peregrinación a lo más sustancial de nuestra fe. Y ocurrió en Roma. En cuatro días que ya son historia eterna de la Piedad.

