Hoy es el día, hoy es la noche

Ha llegado el Jueves Santo, por fin, y los cofrades de la Piedad acudimos a buscar a Nuestra Señora a las doce en punto de la noche ante los muros centenarios de la iglesia de San Cayetano.

Hoy es Jueves Santo. La mañana del Jueves Santo es la del cumplimiento de los ritos: madrugar sin tener que hacerlo, asomarse al cielo, buscar el sol, soñar la noche. Jueves Santo, hasta el nombre pesa al pronunciarlo. El Jueves Santo está hecho de bronce, de oros y de platas. El Jueves Santo está cincelado con gubia sagrada y sagrada madera. El Jueves Santo huele a azahar y a primavera y a la naftalina de los armarios viejos que guardan las viejas túnicas lanudas.

El Jueves Santo sabe a comida familiar, a postre de la yaya, al beso inigualable, inolvidable, de mamá. El Jueves Santo suena a tambores cercanos y a problemas lejanos, a infancia y adolescencia y a esa juventud dorada a la que se refería el poeta. El Jueves Santo arrastra, con el duro cierzo marceño o abrileño, el eco de la voz profunda del padre sentado en ese salón donde cuelga en la pared aquel antiguo reloj que va apagando el día, acercando la noche. Un año más, un año menos. ¡Párate, tiempo!.

En el Jueves Santo, cuando la luz mortecina del atardecer deja paso a la misteriosa luna de Parasceve, siempre hay un espejo en el que contemplar reflejado en uno mismo el paso de la vida. Ese espejo, instantes antes de partir hacia San Cayetano, nos devuelve cada noche del Jueves Santo la imagen de un cofrade de la Piedad. Puede que los años hayan dejado heridas en el cuerpo y en el alma, pero vestidos con su librea volvemos a ser esos jóvenes intrépidos y orgullosos de hace… ¿cuántos jueves santos ya? El corazón aprieta, el tiempo vuela. ¡Vámonos!

San Cayetano, desde sus torres más de trescientos años nos contemplan, se alza inmenso en la recta final del Jueves Santo. A su alrededor, por doquier, redobles metálicos y sonidos roncos nos anuncian el drama. Se acerca la hora. Mientras tanto, dentro, protegidos por sus muros, recogidos entre hermanos, el tiempo se templa, como adivinando lo que ha de suceder. Ya sabemos todos sus hijos eso de que cuando la última campanada convierta este Jueves Santo en otro recuerdo glorioso -¿ya ha pasado, tan pronto?- una vez más se producirá el sortilegio. Y al abrirse en la medianoche las puertas centenarias estallará la verdadera primavera y Zaragoza se inundará de su sagrada luz y buscaremos en la noche su mirada y todo será diferente siendo lo mismo. ‘Noche de Jueves a Viernes,/mientras la Piedad desfila’.

Ecos tristes de pífano y tambor…
capirotes que enfilan las estrellas
para clavar el pico en las más bellas
y poner en la peana su fulgor…

Allá viene la Madre del Señor
buscando en su Piedad dulces querellas
a las almas ingratas, aun aquellas
que más ofenden su precioso amor.

Cofrades blancos, con la flor al pecho
de una rica venera ensangrentada,
y, en los labios, silencio de oración.

Siente el alma un deseo insatisfecho
de consolar a la Desconsolada,
después de ver pasar la procesión.


                              Elisa Sancho Izquierdo (1950)

Cofradía de Ntra. Sra. de la Piedad y del Sto. Sepulcro