Jueves Santo

El Día

Querido diario:

Te cuento que hoy es Jueves Santo. Así, de sopetón. Y te cuento que para mí y para muchos cofrades de la Piedad, la mañana de Jueves Santo viene a ser como la del cumplimiento de los ritos. Siempre es igual: madrugar sin tener que hacerlo, asomarse al cielo, buscar el sol, soñar la noche. Jueves Santo. Hasta el nombre pesa al pronunciarlo. El Jueves Santo está construido de bronce, de oros y de platas. El Jueves Santo está cincelado con gubia sagrada y sagrada madera. El Jueves Santo huele a azahar y a primavera y a la naftalina depositada con mano amada en los viejos armarios que guardan desde siempre las viejas túnicas lanudas. El Jueves Santo sabe a comida familiar, a postre de la yaya, al beso inigualable, inolvidable, de mamá. 

El Jueves Santo, querido diario, me suena a tambores cercanos y a problemas lejanos, a infancia y adolescencia y a esa juventud dorada a la que se refería el poeta. El Jueves Santo arrastra y trae hasta mí con el último cierzo abrileño, el eco de la voz profunda de mi padre. Cierro los ojos y lo veo sentado en ese sillón de ese salón donde cuelga un antiguo reloj que va poco a poco apagando el día, acercando la noche. Un año más, un año menos. ¡Detente tiempo! En el Jueves Santo, cuando la luz mortecina del atardecer deja paso a la misteriosa luna del Parasceve, siempre hay un espejo en el que contemplar reflejado en uno mismo el transcurrir de la vida. Ese espejo, instantes antes de partir hacia San Cayetano, me devuelve cada noche del Jueves Santo la imagen de un cofrade de la Piedad: yo mismo. Puede que los hachazos del tiempo me hayan dejado heridas en el cuerpo y en el alma. Pero hoy, en este día, vestido con su blanca librea, vuelvo a ser ese joven intrépido y orgulloso de hace… ¿cuántos jueves santos han pasado ya? El corazón aprieta, el tiempo vuela. ¡Vámonos! 

San Cayetano, desde sus torres más de trescientos años nos contemplan, se alza inmenso en la recta final del Jueves Santo. A su alrededor, por doquier, redobles metálicos y sonidos roncos nos anuncian el drama. Se acerca la hora. Pero ya dentro, protegido por sus muros, rodeado de mis hermanos de la Piedad, el tiempo se templa, se detiene, se sosiega, como preparándonos para lo que en unos minutos ha de suceder una vez más, una vez menos. ¿Qué nombres, qué hombres faltan hoy a esta cita irrenunciable? El dolor de las ausencias en este día y a esta hora, también se me clava hondo y me rasga el alma. ¿Cómo explicar el caudal de emociones que se desatan en este día santo? Aunque, en realidad, no hay nada que decir. Aquí se viene a sentir, no a razonar; a encontrar, no a explicar. Por eso este Jueves Santo te escribo a corazón abierto, torpe pero sinceramente, con la emoción crispándome los dedos tan rígidos hoy sobre el teclado. Pero hay una razón poderosa: hoy es Jueves Santo y sé que pronto volveré a estar mirándola mirarme. Te cuento que no tengo dudas, jamás las tuve, que creo en lo que hago, que sé porqué lo hago y para qué. Sólo soy un sencillo hermano de la Cofradía de Nuestra Señora de la Piedad y del Santo Sepulcro, preparado para rendirle mi humilde escolta cuando la última campanada convierta el día en la noche y la Piedad esté en la calle. Y yo con Ella. Hasta mi último día.

Hasta pronto, querido diario.

(Continuará…)

Cofradía de Ntra. Sra. de la Piedad y del Sto. Sepulcro