Es Martes Santo y sus cofrades nos citamos para cumplir con una obligación sagrada: conducir en una emotiva procesión a Jesús junto a la Virgen, desde el Refugio hasta San Cayetano
Ya caía la tarde del Martes Santo, cuando el Santísimo Cristo de la Piedad dejó su casa del Refugio para pasar unas horas, unos días, con su otra familia. La de siempre, la Piedad. Si Nuestra Señora es la Madre de nuestra cofradía, el Cristo es su corazón. Así lo sentimos, así lo queremos, así lo adoramos, así lo veneramos, así lo bailamos, así lo esperamos desde el año 1941.
‘75 años contigo’, setenta y cinco años con Él a hombros, setenta y cinco años con Él en el corazón. Hay quien se hace un lío con el nombre: ¿el Cristo de la Piedad?, ¿el Cristo del Refugio? Esa disyuntiva jamás se ha dado entre nosotros, sabemos quiénes somos, de dónde venimos y qué hacemos esta tarde aquí, justo aquí, ante el inmenso portón de la casa que siempre hemos considerado nuestra casa. Venimos a cumplir una obligación sagrada, bendita, que repetimos invariablemente el Refugio y la Piedad desde el año 1941: conducir al Hijo junto a la Madre. Desde el Refugio hasta San Cayetano.
Y lo hicimos, una vez más, como siempre, con orgullo, con devoción, con intensidad. Poniendo todos lo mejor de nosotros mismos en un acto tradicional y fundamental para nuestra cofradía y para la Hermandad: hacer posible otra Semana Santa más el abrazo de la Madre con el Hijo. Desde el Refugio hasta San Cayetano. En una vía tortuosa pero en una tarde magnífica, abrazados a Nuestro Señor, acompañándole en una procesión solemne y emotiva como corresponde al aniversario que este año celebramos. Sintiendo explotar de emoción debajo de nuestros capirotes al verlo sobre sus andas: magnífico, poderoso. Al contemplar su caminar acompasado, acercarse tan despacito, con la luna bañando su Divino rostro, a las puertas de la casa donde desde hace setenta y cinco años le aguarda la Madre de la Piedad. ¡Todo era gozo en nuestras filas! ’75 años contigo’. ¡Cómo para no estar orgullosos y agradecidos a Nuestro Cristo!
Cuando está Cristo en la cruz
diciendo al Padre: ‘Señor,
¿por qué me has desamparado?’
¡Ay Dios, que tierna razón!
¿Qué sentiría su Madre
cuando tal palabra oyó,
viendo que su Hijo dice
que Dios le desamparó?
No lloréis, Virgen piadosa,
que, aunque se va vuestro amor,
antes que pasen tres días
volverá a verse con Vos.
Lope de Vega
