La Primavera
Querido diario:
Llena de serenidad,/ cruza por el Boterón/ la Virgen de la Piedad,/ traspasada de dolor,/ llenando la calle entera,/y a sus pies… ¡la Primavera/ cuajada de almendro en flor!
Te cuento que hoy nos hemos levantado, hemos mirado el calendario y nos hemos percatado de que ya es primavera. ¡Se acabó el invierno! Y con el almendro en flor y la explosión de la naturaleza que se despereza, llega un año más el triunfo de la vida sobre la muerte, de la luz sobre las tinieblas… más algún que otro tópico del momento -aunque cierto-, como ese de que ya el aire tibio, perfumado, nos anuncia que se acerca la hora. Todo esto me viene al pelo para contarte que hoy, aprovechando la llegada de la primavera, el mundo celebra el día de la poesía. En la Piedad tenemos una larga tradición de anunciar y contar y relatar este maravilloso momento del año con versos, rimas y sonetos. Somos así: caminamos la vida con la maza (léase hacha, baqueta, varal…) en una mano y con la pluma en la otra. El caso es que no vamos poniendo intensos conforme avanza la cuaresma y ya, llegados a esta semana, mientras nos planchamos el viejo hábito lanudo canturreamos esa Saeta maravillosa de Machado, versión Serrat. Ya sabes: Oh, la saeta, el cantar,/al Cristo de los gitanos/ siempre con sangre en las manos/ siempre por desenclavar… Puede que desentonemos, pero alma le ponemos toda. Y como planchamos en soleá, pues la autocrítica suele ser benevolente.
La belleza de la imagen, el trágico momento que relata, el mensaje que transmite e incluso la estética subyugante que la cofradía pone en la calle cada madrugada del Viernes Santo, ha contribuido a inspirar a lo largo de las décadas a rapsodas, autores, compositores, cantaores, joteros o saeteros. En la calle, desde balcones o sobre el papel, dedicadas a la Virgen o a su Hijo, al desfile procesional, a diferentes momentos del cortejo, a los cofrades e incluso al público, todo lo que rodea a la Piedad se ha contado y se ha cantado, ya desde la fundación, con una sensibilidad extraordinaria. Y con una destacable maestría. ¡Por aquí Coronela!/sin lastimarte./ La noche se desvela para velarte…/¡Las doce suenan!/esta es la hora divina/de los que penan. Tal vez se pueda explicar de muchas maneras el arranque de nuestra procesión, pero jamás se ha contado con tanta hermosura, delicadeza, belleza. ¿O no? Blanquiazul es el velo/de mi persona,/y azul y blanco el Cielo/que te corona/el Sol herido,/sobre el limpio regazo/se te ha dormido. Si no estás llorando ya a moco tendido, si no te has rendido sin condiciones, yo ya no sé qué te puede conmover en esta vida. O es que eres de mármol o es que tu corazón continúa en modo invierno.
Don Antonio Blasco del Cacho, segundo Hermano Mayor de nuestra maravillosa historia, intuyó, animó e incluso participó como autor (con la inigualable Si pudiera mi pañuelo) en este derroche de talento e inspiración divina dedicados en versos a la mayor gloria de la Piedad. Así, instituyó un concurso de poesía que se alargará en el tiempo mucho más allá de su mandato y que contribuyó a reunir una más que destacable colección de relatos poéticos, que enriquecieron el acerbo cultural de la cofradía. Como una alucinación,/ saeta, prima, bordón,/ voz que reza y voz que canta,/ eso son de noche en Semana Santa/ las calles del Boterón,/ cuando encendida en fervores,/ con emoción de verdad,/ pasa, llenita de flores,/ la Virgen de la Piedad. Con todo, otra herencia magnífica que nos legaron aquellos hombres extraordinarios que fueron capaces de poner en marcha una idea convertida primero en reto, más tarde en ilusión y por fin en apasionado amor. Y aquí está la clave, para los despistados, de lo que en realidad es la cofradía de la Piedad: una simple y larga historia de amor. Por eso hoy que estalla la primavera, yo aquí me pongo romántico, le declaro mi amor eterno a la Piedad y le vuelvo a recitar bajito y emocionado un poquito de las mejores estrofas de amor que jamás se hayan escrito en su honor. Podéis llamarme cursi, pero sólo soy un cofrade enamorado en primavera.
Si pudiera mi pañuelo,/de albo y purísimo lino,/ limpiar el rostro divino/ de tu Hijo, de Jesús,/ que maltrecho en tus rodillas/descansa, Madre angustiada,/ de la muerte atormentada/ que sufrió por mí en la Cruz…/ Si pudiera mi pañuelo/ esas lágrimas de pena/ de tu cara de azucena/ muy suavemente enjugar/ y lograra su contacto,/con blanda y fresca caricia,/ aliviar esa injusticia/ que tanto te hace llorar…/ Si pudiera mi pañuelo/ convertir las ansias mías/ de unas apetencias frías/ en un milagro real…/Mi alma entera yo pondría/ en mi pañuelo de lino,/ envidiándole el destino/ de hacerte olvidar tu mal.
Hasta pronto, querido diario.
(Continuará…)