Santo evangelio según san Juan (3,16-21):
Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna.
Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.
El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Unigénito de Dios.
Este es el juicio: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra el mal detesta la luz, y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras.
En cambio, el que obra la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios.
El evangelista Juan, acostumbra a usar un lenguaje altamente simbólico, a veces incluso críptico. Sin embargo, este pasaje del capítulo tercero (tan querido de S. Juan Pablo II), nos ofrece, con absoluta claridad, la meditación sobre dos maravillosos regalos de amor que Dios nos hace.
El primero es Cristo, su hijo, que se nos ofrece como modelo a seguir, siendo así la puerta de nuestra salvación. Entregar lo que uno más quiere, por amor al mundo, es el más claro signo de la opción del Padre por los hombres. No podemos, responder con ingratitud a esta ofrenda, antes bien, debemos luchar cada día por seguir los pasos de Jesús, aunque sea de lejos.
El segundo regalo es la fe. En aquel Catecismo de la Iglesia que algunos de nosotros aún estudiábamos de niños (y al que como creyentes deberíamos recurrir, en su versión actual, con frecuencia), se definía fe como “creer lo que no se ve”, sin embargo, Dios no nos lo pone tan difícil. Si miramos desde el corazón el mundo que nos rodea, descubriremos cientos, miles de pruebas de fe que nos ayuden a creer con más fuerza, se trata de la entrega abnegada de hombres y mujeres (en ocasiones nosotros mismos) anónimos a favor de los demás, de padres sacrificándose por sus hijos, de religiosos luchando por un mundo más justo, de profesionales que no abandonan su puesto…
En los tiempos de pesar que aún vivimos, la Luz del mundo es visible en cada pequeño gesto que alivia el dolor de otro sin esperar nada a cambio Una Luz que lo inunda todo, si abrimos los ojos.
¡Que nuestro Cristo de Piedad y Nuestra Señora, alumbren el camino de nuestra fe hecha obra!.
“Quién se jacta de tradición, esplendor en el culto y ortodoxia pero está falto de Caridad hacia los demás, no es aún cristiano, pues la fe verdadera, no ha nacido para la pompa, sino para ordenar la vida de los hombres según la Piedad” (John Locke, Carta sobre la tolerancia. 1689).
“La entrega de Cristo, constituye la llamada más apremiante a corresponder a su gran amor”
S. Juan Pablo II.