Viernes, 26 de mayo de 2023

La Madre

Querido diario:

Me vuelvo a colar por aquí para dedicarte unas líneas apropiadas para este mes de mayo que ya se nos escapa de entre las manos, que dirían los cursis. Así que ya puedo acelerar y darme prisa si quiero llegar en tiempo y forma a contarte algo de la Madre de la Piedad antes de que echemos el telón al mes dedicado precisamente a las madres. Y como con asuntos de Nuestra Señora y de su santa cofradía va siendo cada vez más complicado contarte novedades que te sorprendan, en esta entrada de hoy he decidido hablarte de algo que puede parecer evidente a primera vista pero que sin embargo encierra cierto intríngulis. Que a qué me refiero… pues al nombre de la Virgen. ¿Crees que siempre se ha llamado Piedad a la Piedad? Pues ya te contesto yo: no. De hecho, Nuestra Señora ha sido conocida hasta con cuatro nombres diferentes desde que el eminente escultor don Antonio José Palao y Marco tallase la imagen hace ya más de 150 años. Un siglo y medio durante el que el mundo ha cambiado una barbaridad, como las costumbres, los países, la sociedad, la religiosidad, por supuesto la Semana Santa, desde luego Zaragoza y más aún sus habitantes. Y esta turbulencia histórica, también se llevó y trajo nombres con los que nuestra ciudad conoció y reconoció a esa Madre de conmovedora mirada que paseaba sus calles al llegar cada Viernes Santo desde el año 1871. Te cuento que…

Los zaragozanos que abrieron el periódico el 27 de octubre de 1870, leyeron entre sus páginas de sociedad y culturales la siguiente noticia: “La Hermandad de la Sangre de Cristo, consecuente en sus propósitos de introducir innovaciones y mejoras en la solemne procesión del Santo Entierro ha encomendado la construcción de un paso representando la Caridad al conocido escultor y profesor de esta academia de Bellas Artes don Antonio Palao”. Una reseña de cierta importancia en aquella Zaragoza decimonónica en la que un lector avispado, avezado o avisado pudo intuir, sin embargo, que algo no concordaba. ¿La Sangre de Cristo encargando ese paso? Sonaba raro… Tanto, que en los mentideros de la ciudad se comienza a correr la voz de que una filtración interesada ha llegado al rotativo con más interés personal que rigor. ¿Y quién pudo ser? Pues como sucede siempre, entonces y ahora, en este tipo de asuntos, la lógica indica sospechar de quien más pueda beneficiarse de la publicación de la noticia. Y ahí las miradas se dirigen al señor Palao, el escultor.

Nosotros sabemos hoy, y la Zaragoza de entonces estaba a punto de enterarse, que aquella imagen había sido encargada al maestro Palao por una señora llamada doña Ana Falcón y Bravo y no por la Hermandad. Además de que la talla debería representar no a la Caridad -por cierto, tal y como se conocen a estas vírgenes en la zona de Murcia, de donde casualmente es originario Palao (al escultor ya se le está poniendo cara de culpable)- sino a la Soledad. Y en este punto nos vamos otra vez al quiosco para repasar el diario del 12 de noviembre de 1870, en el que se publica una aclaratoria declaración que nos suena a rectificación necesaria y oportuna. Habla don Manuel García y Mostalac, a la sazón Mayordomo primero de la Hermandad de la Sangre de Cristo: “El 18 de octubre pasado doña Ana Falcón y Bravo, viuda de Don Enrique Almech y Langarita, conocido capitalista y abogado del ilustre colegio de esta capital remitió una carta a la Hermandad en la que daba noticia del encargo que a sus expensas había realizado al escultor don Antonio Palao Marco”. Y continúa el señor Mayordomo: “Este no era otro que la construcción del paso de la Soledad, o sea, el que representa a la Madre de Jesús al pie de la cruz, con su Hijo Santísimo en los brazos, después del Descendimiento”. Se indicaba asimismo que el artista se había comprometido a tener la escultura lista para el Domingo de Ramos del año siguiente y que, a petición de la donante, dicho paso debía de estar permanentemente expuesto al culto público en uno de los altares de la Iglesia de San Cayetano (algo está fallando en este punto, por cierto). Pero vamos, que en lo que a nosotros nos concierne hoy, vamos por el segundo nombre de la Señora. 

Pero la cosa no acaba aquí, ni mucho menos. En ese momento, ya en los albores del siglo XX, aparece en las crónicas periodísticas como Nuestra Señora de las Angustias. Ha quedado atrás definitivamente la Soledad. La razón pudiera encontrarse en que la iconografía clásica de la Virgen de la Soledad muestra a María sola y enlutada. Concretamente la Soledad de María se identifica con el último de los Siete Dolores de la Virgen -“el de su tristísima soledad durante los días en que Cristo permaneció muerto y sepultado”- y no con la imagen de María sosteniendo en sus brazos a Cristo muerto, imagen más conocida bajo las advocaciones de la Caridad, las Angustias o Quinta Angustia. También, por cierto, aparece aquí otro nombre que identifica a estas vírgenes: la Piedad.

Fueron pasando los años y en 1910 nos encontramos con el proyecto de reforma de la procesión del Santo Entierro de Oliver y Nasarre. En ese documento se nombra a la Virgen, como es lógico. La cita textual es la siguiente: “… el paso llamado de la Piedad”. ¿Cómo ha dado el salto de las Angustias a la Piedad? Existen varias teorías que tratan de explicar el proceso. Pero la verdad es que todas son demasiado academicistas, o sea aburridas. Yo te dejaré aquí escrita la mía. Estoy obligado a contarte que desde la primera vez que la imagen pisó la calle la conmoción en Zaragoza fue mayúscula por sobrecogedora: el gesto, el rictus, la mirada, el dolor, la angustia, la pose, el rostro, la belleza, la naturalidad, la bondad… Todo en conjunto convirtió aquella impactante talla en una de las más admiradas de la pasión zaragozana y Zaragoza comenzó a sentirla como algo suyo. ¡Cómo resistirse a la emoción provocada a su paso! En esa talla majestuosa, divina, pero a la vez sencilla, cobra vida el dolor más inmenso que un ser humano pueda sentir jamás: la muerte de un hijo. Para explicarlo, para entenderlo, no son necesarios filósofos ni eruditos ni exégetas ni canónigos ni ángeles ni sabios… Es el dolor de una madre que sostiene el cuerpo inerte del hijo. Es la piedad andando por Zaragoza. Y así bautizó Zaragoza a su Virgen: la Piedad… hasta hoy. En fin, te cuento todo esto sólo para llegar a una conclusión: cuatro nombres ha tenido Nuestra Señora en más de 150 años, la Caridad, la Soledad, las Angustias, la Piedad. Pero yo, cuando la miro a la cara y le hablo, no utilizo ninguno de esos cuatro nombres. Siempre le digo: Madre.

Pd: Estas líneas nunca hubieran podido ser escritas sin la tutela y la guía y el magisterio piadoso de mi querido hermano Javier Gálvez Villar, uno de los mejores regalos de los muchos que la Piedad me ha hecho. 

Hasta pronto, querido diario.

(Continuará…)

Cofradía de Ntra. Sra. de la Piedad y del Sto. Sepulcro