Viernes de Dolores

El Cabildo

Querido diario:

Te cuento que hoy es Viernes de Dolores y que por lo tanto ha comenzado la auténtica cuenta atrás, la definitiva. Esa tan esperada que nace hoy para desembocar siete días más tarde ante el portón de San Cayetano a las cero horas del Viernes Santo. De viernes a viernes. Se nos viene encima una semana intensa rebosante de sensaciones que puede que se repitan año tras año pero que a nosotros nos parecen siempre renovadas, diferentes por apasionantes. El amor tiene estas cosas. Los cofrades de la Piedad vivimos esta última recta como dando pequeños saltitos camino del objetivo final, que siempre es volver a encontrarnos con Ella en la añorada madrugada. Pero antes de llegar a la meta definitiva pasamos por pequeñas metas volantes en forma de distintos actos que conforman, todos juntos, nuestra particular Semana Santa. Pero, un momento. No adelantemos acontecimientos, que esto va que vuela y se termina en un suspiro. Así que vamos pasito a pasito. Despacito. Y así volvemos al principio, que es para lo que me asomo por aquí una vez más: hoy es Viernes de Dolores. Te cuento que incluso yo, de natural despistado, algo intuí cuando antes de recogerme anoche pasaba por una calle estrecha y castiza de mi vieja Zaragoza, y de pronto una vaharada de un humo intenso y azulado perfumó la noche. Fue apenas un momentito, ni siquiera me detuve, y pronto dejé atrás aquel aroma embriagante. Como iba solo me dio algo de vergüenza comentarlo con la joven pareja que en ese momento caminaba a mi altura. Pero, aun sin decir nada, yo sabía que ellos sabían. Y sé que ellos sabían que yo sabía. “¡Qué bien huele!”, dijo ella aspirando las estrellas. “Huele a Semana Santa”, explicó él con la naturalidad de lo inconmovible. Bronce. Yo ni los miré, no fuese a ser que me viesen el brillo en los ojos prematuramente acuosos (soy un llorica). Yo a lo mío, haciéndome el longuis, seguí caminando hacia mi casa. Pero ya lo hice como con una cadencia constante, como bailando esa Lenta que ya no paraba de redoblarme en la cabeza. Es verdad que por un momento hasta me pareció que algunos paseantes me miraban raro, pero ya me dio igual. “Yo no pierdo el paso -me dije a mí mismo-, que es Viernes de Dolores”.

Estos sucedidos que me pasan a mí en estos días santos, estoy seguro de que también les ocurren de una u otra manera a mucha de la gente que vive la Pasión con la misma pasión que yo. La única diferencia es que yo lo cuento aquí. No porque sea un descarado -esto mejor lo dejo abierto al criterio de otros-, sino precisamente por lo contrario: aquí me presento siempre en modo penitente, con la tela del capirote bajada. El necesario anonimato semanasantero, hay que reconocerlo, viene bien para estos asuntos. Pero vuelvo a lo nuestro, que es lo importante. Hoy es Viernes de Dolores, la antesala de lo que está por llegar. Y ante todo, y como describe con tanto primor un queridísimo hermano de la Piedad en nuestro folleto de este año: Representa la poética de las vísperas. Ese momento en el que todo nace, que nos enfrenta a aquello que llevamos ansiando. Este es el momento de buscar en los pliegues de la memoria, esa embustera que hilvana ráfagas de sucesos que nunca fueron del todo tal y como se recuerdan, pero que terminan por consolidar las sensaciones sobre las que se construyen una identidad y una vida. ¡Madre mía! ¿Se puede contar y definir mejor y con más acierto y donosura todo lo que es y lo que representa un Viernes de Dolores? Yo creo que no. Así que me callo. Por cierto, resulta de justicia decir que el autor de la cita se llama José María Turmo.

En nuestra casa cada Viernes de Dolores es, por antonomasia, el día del Vía Crucis del Cabildo. Voy a tratar de ponerle un poco más de lírica a esto. Me da la impresión de que la explicación anterior no le hace justicia a lo que sucede hoy, cuando en la última hora de la tarde la Basílica del Pilar acoge el que puede que sea uno de los momentos más sublimes de todo su ciclo anual, aunque sea simplemente por el caudal de belleza acumulado en un mismo espacio y en el mismo momento. Continente y contenido. Vamos a ver, si colocas la delicada belleza del Santísimo Cristo en un escenario del esplendor majestuoso del Pilar y a eso le añades las formas y el estilo y el espíritu que son las señas de identidad de la cofradía de la Piedad… pues nos queda la espectacular obra de arte que se representa cada año cuando la tarde del Viernes de Dolores comienza a declinar. ¿Estamos de acuerdo? Este vía crucis, en realidad, no ha hecho más que mejorar desde que hace años desde el cabildo se sugirió a las cofradías la misión de organizarlo de manera alternativa. En su turno, la Piedad hizo las cosas que suele hacer la Piedad. Y aquello causó tal impacto, que en las típicas charlas palaciegas alguien deslizó que igual estaría bien repetir al siguiente año. El Hermano Mayor del momento, don Enrique González Paúles, no dejó pasar el envite y se puso manos a la obra: involucró al Refugio, lanzó el reto de aportar ideas que mejorasen forma y fondo y hasta se diseñaron las pértigas que sostendrían los faroles que señalan cada estación. Y hasta hoy. En fin, repito, la Piedad haciendo las cosas de la Piedad. Además, para nosotros, este vía crucis pronto se convirtió en algo cálido y entrañable por su vinculación con la figura de don Antero Hombría, que tan orgulloso se sintió siempre de que fuese su Piedad quien meciese al Cristo de nave a nave, desde el Altar Mayor hasta los pies de la Virgen del Pilar, en el pórtico de la Semana Santa. En fin, que todo esto tan bonito, vuelve a cobrar vida hoy. Para algunos será como siempre, pero a nosotros nos volverá a parecer que ha sido como nunca. Normal, hoy empieza todo. Hoy es Viernes de Dolores. ¿No hueles el incienso?

Hasta pronto, querido diario.

(Continuará…)

Cofradía de Ntra. Sra. de la Piedad y del Sto. Sepulcro