Segundo domingo de Adviento

En el Evangelio de este segundo domingo de Adviento resuena la invitación de Juan el Bautista: «Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca» (Mt 3,2). Con estas mismas palabras Jesús dará inicio a su misión en Galilea (cf. Mt 4,17); y este también será el anuncio que llevarán los discípulos en su primera experiencia misionera (cf. Mt 10,7). De este modo el evangelista Mateo quiere presentar a Juan como aquel que prepara el camino al Cristo que viene, y los discípulos como los continuadores de la predicación de Jesús. Se trata del mismo anuncio gozoso: viene el reino de Dios, es más, está cercano, está en medio de nosotros, esta palabra es muy importante: el reino de Dios está en medio de ustedes, dice Jesús. Y Juan anuncia esto que Jesús luego dirá: el reino de Dios ha venido, ha llegado, está en medio de ustedes. Este es el mensaje central de toda misión cristiana. Cuando un misionero, un cristiano va a anunciar a Jesús, no va a hacer proselitismo como si fuese un aficionado que busca para su equipo, más seguidores, no. Va simplemente a anunciar “el reino de Dios está en medio de ustedes”. Y así el misionero prepara el camino a Jesús que encuentra a su pueblo.

¿Pero qué es este reino de Dios, reino de los cielos? Son sinónimos. Nosotros pensamos enseguida en algo que se refiere al más allá: la vida eterna. Cierto, esto es verdad, el reino de Dios se extenderá sin fin más allá de la vida terrena, pero la buena noticia que Jesús nos trae —y que Juan anticipa— es que el reino de Dios no tenemos que esperarlo en el futuro: se ha acercado, de alguna manera está ya presente y podemos experimentar desde ahora el poder espiritual. Dios viene a establecer su señorío en la historia, en nuestra vida de cada día; y allí donde esta viene acogida con fe y humildad brotan el amor, la alegría y la paz.

La condición para entrar a formar parte de este reino es cumplir un cambio en nuestra vida, es decir, convertirnos. Convertirnos cada día, un paso adelante cada día. Se trata de dejar los caminos, cómodos pero engañosos, de los ídolos de este mundo: el éxito a toda costa, el poder a costa de los más débiles, la sed de riquezas, el placer a cualquier precio. Y de abrir sin embargo el camino al Señor que viene: Él no nos quita nuestra libertad, sino que nos da la verdadera felicidad. Con el nacimiento de Jesús en Belén, es Dios mismo que viene a habitar en medio de nosotros para librarnos del egoísmo, del pecado y de la corrupción, de estas estas actitudes que son del diablo: buscar éxito a toda costa, el poder a costa de los más débiles, tener sed de riquezas y buscar el placer a cualquier precio.

La Navidad es un día de gran alegría también exterior, pero es sobre todo un evento religioso por lo que es necesaria una preparación espiritual. En este tiempo de Adviento, dejémonos guiar por la exhortación del Bautista: “Preparen el camino al Señor, allanen sus senderos” (v. 3).

Nosotros preparamos el camino del Señor y allanamos sus senderos cuando examinamos nuestra conciencia, cuando escrutamos nuestras actitudes, cuando con sinceridad y confianza confesamos nuestros pecados en el sacramento de la penitencia. En este sacramento experimentamos en nuestro corazón la cercanía del reino de Dios y su salvación.

La salvación de Dios es trabajo de un amor más grande que nuestro pecado; solamente el amor de Dios puede cancelar el pecado y liberar del mal, y solamente el amor de Dios puede orientarnos sobre el camino del bien. Que la Virgen María nos ayude a prepararnos al encuentro con este Amor cada vez más grande que en la noche de Navidad se ha hecho pequeño, como una semilla caída en la tierra, la semilla del reino de Dios.

Papa Francisco, Ángelus, 4 de diciembre 2016

Cofradía de Ntra. Sra. de la Piedad y del Sto. Sepulcro