Viernes, 8 de marzo de 2024

El Ojo

Querido diario:

Todavía recuerdo con nitidez la primera vez que sentí su mirada. Era el año 1974 (ese dato lo supe mucho tiempo después), y yo era un niño muy niño que caminaba por la calle del Temple de la mano de mi padre. Un tipo alto y fuerte, elegante sin afecciones, con las patillas anchas y largas características de la época, y el caminar seguro de quien sabe perfectamente de dónde viene y perfectamente sabe hacia dónde va. Mi padre hablaba idiomas y entendía lenguas extrañas cuando aquello eran cosas casi extravagantes. Era un hombre viajado, leído. En realidad estos datos no tienen nada que ver con lo que te voy a contar, pero a mí me gusta decirlo porque así sigo presumiendo de padre tantos años después de su partida. El caso es que, para esta entrada de hoy, fue importante eso de ir acompañado por mi padre, querido diario. Porque de haber ido con mi madre, seguro que hubiésemos atravesado la plaza de San Cayetano y seguido rectos por Santa Isabel hasta llegar a la calle Alfonso, para allí torcer a mano derecha camino de casa. Y por esa ruta jamás me hubiera encontrado con su mirada. Pero mi padre era más de San Cayetano, calle del Temple, plaza de San Felipe y Torrenueva. Alcorzar, lo llaman en Aragón. 

Fue entrar en la calle estrecha y angosta (eso no ha cambiado con los años) y verlo pegado en el saliente de una pared. Un poco roto, un mucho desgastado, el cartel había sido colgado en aquel trozo de fachada muchos días antes, tal vez semanas. De ahí su depauperado aspecto. Pese a todo conservaba intacta la fuerza de su mensaje. Quizá me llamase la atención por sus dimensiones o por la escasa luz de la callejuela o por la intensidad de ese cuadro de tela azul marino o tal vez fuese por ese ojo verde que asomaba enmarcado entre la raya de la ceja y el aleteo de las pestañas o fuera quizá por esa mirada que me miraba tan fijamente. O puede que todo fuese más sencillo y que simplemente fuera la voz de mi padre la que dirigiera mi atención sobre esa especie de cuadro callejero ante el que ahora nos deteníamos. Entonces fui yo quien miraba su mirada, mientras leía su sencilla y escueta leyenda: Semana Santa. Zaragoza 1974 (aunque de ese detalle tardé tiempo en acordarme). Seguimos caminando y recuerdo vagamente a mi padre explicándome que se trataba de un cartel diferente, que era impactante (o algo así) y que la fotografía la había hecho un señor del que no retuve el nombre y del que ni siquiera supe nada de nada hasta muchos años más tarde. Aunque, eso sí, había un asunto que no se me escapaba ya, ni en aquella tan lejana y tierna infancia: aquel ojo me hablaba de la Semana Santa. Y llevaba puesto un capirote de la Piedad.

Te confieso que con el transcurrir de las décadas he pensado muchas veces en ese ojo, en aquel cartel semanasantero. Lo busqué, pregunté por él, consulté a los hermanos más veteranos de mi cofradía pero nadie supo darme razón cierta de su paradero. A mí lo que me interesaba era conocer y saber todo lo que hubiera que saber y conocer de la producción de aquel cartel: cómo, por qué, dónde, quién, para qué. Hasta que un día apareció mi amigo Ernesto Sánchez en escena. Cofrade de la Piedad desde hace medio siglo, hijo de cofrade, Ernesto me puso sobre la primera pista, que yo desconocía: aquel cartel lo había encargado el Ayuntamiento de Zaragoza para la Semana Santa, está dicho, de 1974. Ir a los archivos de imágenes y comprobar que aquel ojo seguía conservando incólume la fuerza de su mirada, me tocó el alma de nuevo. Así que ya lanzado, y dándole vueltas al asunto, me vino a la cabeza el hombre que custodia desde siempre la memoria viva de la Piedad. Si este cofrade no sabía de qué iba el tema, nadie lo sabría. Pero don Pedro Herrando lo sabía, por supuesto. Y lo sabía todo. Y así supe yo también que el autor era nada menos que José Antonio Duce. Y que fue una foto rompedora, arriesgada, impactante para la época (tal y como mi padre me había dicho) y hasta me contó de quién era el capirote y hasta el secreto mejor guardado: la identidad del dueño del ojo. Así que por fin lo sabía todo. Podía descansar tranquilo.

Y en este punto volvemos al presente más inmediato. Al día aún cercano en el que me llega el folleto de mi cofradía. Un momento, un instante precioso, esperado con ansia e ilusión por los cofrades de la Piedad cada cuaresma. Para otros no lo sé, pero para nosotros la Semana Santa no arranca con el pregón ni con el Domingo de Ramos ni siquiera con el Jueves Santo. Para nosotros, cofrades de la Piedad, la Semana Santa estalla el día feliz en el que abrimos el buzón y nos encontramos ese sobre blanco protegiendo una de las joyas más preciadas de entre todas las joyas que guardan nuestras tradiciones: el folleto ya está en casa. ¡Se acerca la hora! Cuando con cuidado y mimo extremo rasgué el sobre inmaculado y extraje nuestro libro sagrado, el corazón me dio un vuelco. Un ojo verde, enmarcado en una tela azul marino, me miraba mirarlo desde la portada. Aún se me ponen los pelos de punta y el alma se me encharca de nostalgia. Otra vez frente a frente, mirándonos. Y por fin recuerdo la conversación delante de ese cartel, parados en la calle del Temple: “¿Qué es, papá?”, le pregunté algo confuso. “Es sólo el ojo de un cofrade -me contestó, y añadió-, pero si lo miras con atención, te explicará todo lo que debes saber sobre lo que siente un cofrade cuando se pone el capirote”. Cincuenta años más tarde, nadie me ha explicado nunca mejor la explosión incontrolada que siento en lo más profundo de mi ser, cuando a unos minutos de las cero horas de cada Viernes Santo una voz potente resuena en la oscuridad de San Cayetano: ¡Abajo capirotes! Y de pronto, como cada Semana Santa, me veo rodeado de cientos de ojos de la Piedad. Yo soy uno de ellos.

Pd:  El gran Perico Herrando desvela en el folleto de este año toda la historia del ojo de la Piedad. De cómo se unieron un grupo de fotógrafos vanguardistas aragoneses llenos de talento y atrevimiento para tratar de darle un impulso a la Semana Santa. Cuenta el veterano cofrade que la idea original fue de los fotógrafos José Antonio Duce y José Luis Mínguez. ‘A través de un capirote de un azul marino intenso aparecía un ojo penitente proclamando nuestras celebraciones. Fue un éxito rotundo que conmocionó aquella Zaragoza, y que aún se recuerda porque lo vio todo el mundo’, relata con precisión don Pedro. Y abre un poquito más aún su memoria fecunda para contarnos que el capirote era -¡sorpresa!- el de nuestro queridísimo y recordado Enrique Octavio. ¿Y el ojo, que de quién era ese ojo? Pues, querido diario, para saberlo tendrás que leerlo en el folleto. Sí, el de esta Semana Santa del 2024, en la que desde su portada azul marino nos mira cincuenta años justos después el mismo Ojo de la Piedad. Y no, no es el de ése que estás pensando… te lo aseguro.

Hasta pronto, querido diario.

(Continuará…)

Cofradía de Ntra. Sra. de la Piedad y del Sto. Sepulcro