Miércoles, 28 de febrero de 2024

El Comienzo

Querido diario:

De entre las tinieblas, atravesando un pasillo apenas alumbrado por la tenue luz de catorce faroles, avanzan pausada y acompasadamente cuatro hábitos blancos y lanudos. Tan profundo es el silencio, tan poderosa la puesta en escena, tan impactante la obra que empieza a componerse en el interior del templo, que se escuchan nítidamente los pasos cortos que van meciendo al crucificado con paso delicado, suave. Hasta el roce de las lanas se percibe. Una congoja desconocida, un sobresalto sostenido, se apodera de la nave central y se va extendiendo poquito a poco por toda la iglesia hasta alcanzar los últimos rincones para clavarse profundamente en los más íntimo de los espectadores que contemplan, entre el aturdimiento y el asombro, el relato que ya comienza a tomar forma ante sus ojos. Es difícil, querido diario, transportarte hasta ese momento simplemente cosido a mi torpe palabra. Pero te aseguro, y sabes que no te miento, que lo sucedido el viernes 23 de febrero en la iglesia de San Cayetano fue algo sublime. Un vía crucis, me dirás. Y tienes razón. Pero para los que estuvieron allí y lo presenciaron en vivo y en directo, te digo yo que no fue un vía crucis más. Fue, el vía crucis. El comienzo de todo.

Cuando catorce estaciones más tarde concluyó, los cofrades abandonaban el templo despacio y regresaban a sus vidas más lento que de costumbre. Quizá conscientes de que había sucedido algo extraordinario y ellos habían sido afortunados testigos de excepción. Y aquí cabe lo que siempre te digo sobre la relación íntima entre la cofradía de la Piedad y el sentido de la excelencia. Y también eso que te repito tantas veces de que en esta santa casa conviene estar permanentemente atento y con la guardia alta, porque donde menos te lo esperas va y salta la sorpresa, u ocurre un suceso histórico, y si en ese instante estás mirando para otro lado… vas y te lo pierdes. Ya en la calle se me acercó un hermano con muchas madrugadas santas a sus espaldas escoltando el caminar de la Madre, y me dijo: “Ha sido el mejor vía crucis desde los que se celebraban en el claustro del monasterio”. Bueno, yo aquí discrepo, aunque comprendo perfectamente lo que el veterano cofrade me quiere transmitir. 

Te explico, querido diario: para nosotros, los piadosos, aquel claustro representa en nuestro común ideario el summun de la perfección, de la belleza, del sosiego, de la tranquilidad, de la beatitud, de la delicadeza y del buen gusto. En aquel claustro románico, la piedra es sagrada, la luz parece transparente, la naturaleza se antoja prístina, los sonidos amables resultan evocadores…y por encima de todo el silencio invita a un recogimiento profundo. Todo es cierto, pero… era un escenario ya construido al que nosotros simplemente añadíamos nuestra fe. Este último, el que hoy vengo a contarte, se creó por la Piedad especialmente para la ocasión: se imaginó, se diseñó cuidadosamente detalle a detalle, se le confirió personalidad y se le dotó de alma, corazón y vida. Se hizo nuestro de principio a fin: se transformó el escenario, se añadió emoción, plasticidad, pausa. Se envió un mensaje de fe y de amor profundo desde el púlpito, lectura a lectura. Y se presentó, se bendijo y se bautizó la talla de un Cristo crucificado de enorme valor cultural, estético y, ante todo, espiritual. ¡Y además se hizo muy bonito! Por todo esto en conjunto (y sólo es mi opinión particular) yo te diría, querido diario, que el que vivimos en la tarde de ese viernes de febrero fue y es el mejor vía crucis que la Piedad recuerda. Incluidos los celebrados en el claustro inolvidable del monasterio de la Resurrección.

Y a partir de aquí, y sucintamente, te cuento si me lo permites una breve reseña histórica que sirva para poner en contexto la vieja tradición de los vía crucis cuaresmales en la Piedad. Que de hecho, no comenzaron como vía crucis. Más cierto es contar que desde la primera hora los directores espirituales de la cofradía (léase don Leandro Aína, capellán director) pusieron todo su empeño, que era mucho, en celebrar un triduo de preparación para el cumplimiento Pascual, que se hacía en la iglesia de San Nicolás los tres días anteriores al Domingo de Pasión, Fiesta de la Titular. Y así fue desde los años cuarenta hasta la segunda mitad de los sesenta, aunque lo cierto es que nunca gozó de popularidad en lo que se refiere a la asistencia. Así que, entre el prolongado cabreo de los capellanes, y la intención de la Junta por renovar formas y fondo, aquel triduo se transformó en una ceremonia que se denominó: Celebración Comunitaria de la Penitencia. También se escenificaba en San Nicolás, también en la semana previa a la Titular, pero era algo más ligera y se realizaba en una única jornada. Con el tiempo, esta ceremonia derivaría directamente hacia el vía crucis que, más o menos, hoy seguimos organizando. Eso sí, dentro de la iglesia de San Nicolás. El último, en el año 1983.

En el año 1985 dimos el paso al interior del claustro. ¡Fue la bomba! Concurridísimo, las voces puras de las canonesas cantando desde el coro y después acompañando el lento caminar estación tras estación, contribuyeron a crear un ambiente mágico, diferente y de un enorme recogimiento. Pero algo pasó -unos retiros espirituales de las canonesas, fue la explicación oficial, más la celebración de los fastos por nuestro cincuentenario…-, el caso es que tuvieron que transcurrir seis largos años -hasta el 16 de marzo de 1991- para que la Piedad volviera a pisar aquellas viejas piedras en el viernes anterior a la Fiesta de la Titular. Desde entonces, los cofrades seríamos citados en aquella joya arquitectónica del medievo  zaragozano durante veintiún años consecutivos. El último vía crucis en el claustro fue un 23 de marzo de 2012. Esa tarde recorrieron la vía dolorosa entre los arcos de piedra, el canto de los pájaros y el murmullo del agua que riega el jardín del monasterio, 287 cofrades de la Piedad. Y eso no gustó y causó problemas. Así que se cerró la puerta y algo se rompió dentro de nosotros, nunca volvió a ser lo mismo. Cada año, incluido aquél en el patio interior del colegio de las Paulas, o todos los que se han ido celebrando en San Cayetano, resultaba inevitable aquella sensación de nostalgia que nos invadía. “Ha estado muy bien, pero es que en el claustro, aquello era….”.  Pues hoy, querido diario, creo sinceramente que por fin el duelo ha terminado. La Piedad ha encontrado lo que había perdido y con lo que cada año todo volvía a comenzar a un paso de la primavera: su vía crucis.

Pd: sólo una cosa más antes de irme, un detalle, pero importante. El Santo Cristo de la Caridad y del Santo Sepulcro. ¡Espectacular!

Hasta pronto, querido diario.

(Continuará…)

Cofradía de Ntra. Sra. de la Piedad y del Sto. Sepulcro