Lunes Santo

El Altar

Querido diario:

Te cuento que hoy es el primer día de la semana, o sea lunes. Pero eso sería si hoy fuese el primer día de una semana normal. Aunque, y aquí viene el detalle diferencial, estamos en Semana Santa. Así que hoy lunes es, en realidad, Lunes Santo. Para el mundo cofrade esta jornada sirve algo así como para detenerse un momentito, asumir todo lo que ha pasado en el intenso fin de semana que acabamos de dejar atrás para, a continuación, tomar aire y  disponer cuerpo y espíritu para lo que aún está por venir. Que es mucho y bueno. En esas mismas cuestiones andaba yo, cuando de pronto me ha venido a la cabeza una imagen que vi durante los preparativos del pasado sábado en San Cayetano para descender a la Virgen de su altar y colocarla en la peana con la que recorrerá un año más las calles de Zaragoza y presidirá nuestro cortejo. Resulta que un rato después de bajarla me fijé en el altar vacío, desnudo sin su presencia, y no sé muy bien porqué, me dio un vuelco el corazón. Al principio no le concedí mayor importancia. Simplemente me había llamado la atención una imagen inédita por desacostumbrada para mi realidad cotidiana. Luego, al persistir la quemazón, al regresar una y otra vez la imagen a mi cabeza, le di una vuelta al asunto. Hay cosas que, por costumbre o por hábito, consideramos que son y están así tal y como las conocemos porque así deben ser y así han estado desde siempre. Pero eso es en realidad una trampa del cerebro, porque no siempre las cosas han sido como las conocemos ahora. Hubo algún momento en los que quizá fueron diferentes e incluso que ni siquiera fueron. Como el altar.

Te contaba ayer mismo, querido diario, que la Virgen fue donada a la Sangre de Cristo con la condición de que permaneciera siempre expuesta para su veneración por los fieles. Y, efectivamente, con tal propósito le destinó la hermandad un hueco destacado entre los sagrados recovecos de la iglesia: a la derecha del altar mayor, en un lugar principal, encontró Nuestra Señora su hogar definitivo. Y allí ha permanecido desde el 2 de abril de 1871 hasta hoy mismo. Bueno, con la salvedad de que cada año, por estas fechas, el altar sale a la calle reconvertido en paso, para mostrarle al pueblo zaragozano su belleza y, más importante, su mensaje de amor y esperanza. Fueron pasando los años sin que nada alterase la serena cotidianeidad de San Cayetano. Todo era igual, siempre lo mismo. Hasta que en el año 1937 aparecieron un grupo de visionarios que cambiarían con su arrojo, su valentía, su fe y su carácter decidido la historia de la Semana Santa y, por extensión la de la ciudad. Y también cambiarían el altar, por cierto.

Fue un hermano de la Piedad de los primeros años, don Luis García Molíns (por cierto, no olvides este nombre porque es personaje fundamental y de interés capital en la primera historia de la cofradía, sobre el que pronto volveremos para que lo conozcas mejor) quien pidió los preceptivos permisos para arreglar por su cuenta -o sea que lo pagó él de su bolsillo- el altar de la Titular. Así se hizo, así se obró y así quedó con el impresionante e impecable aspecto que luce hasta hoy. Fue en ese momento cuando se coronó aquel altar con la colocación de la imagen de una Virgen de Belén en la hornacina dispuesta para ello en lo alto del altar, justo por encima de la cabeza de la Madre. En los últimos años había desaparecido esa Virgen con el Niño Jesús. Una composición, por cierto, muy habitual allá donde se rinde culto a una Piedad. Parece ser que el motivo viene a ser algo así como cerrar el círculo: la Madre con el Hijo, feliz en el nacimiento; la Madre con el Hijo, rota en la muerte.

 El caso es que aunque nunca se ha terminado de aclarar a ciencia cierta el misterio de la desaparición, lo importante es que el pasado sábado esa pieza tan querida por nosotros, volvió a su hornacina. Y aunque pueda parecer que vamos por la vida despistados y sin saber muy qué hacemos y porqué lo hacemos, la colocación de esa imagen en el altar fue recibida por los hermanos presentes con una inmensa alegría. Tanto, que el final de las manipulaciones la emoción se rompió en una cerrada y espontánea y sorprendente ovación con aplausos. Me sorprendió, porque la verdad es que no me esperaba esa reacción; me contagió, porque la verdad es que fue un instante mágico de esos que esta cofradía te va regalando como gotitas de un perfume caro; me conmovió, porque me reafirmó como parte de un cuerpo de hermandad que conoce profundamente sus tradiciones, que las cuida y las protege, que las respeta aun desconociendo en ocasiones la génesis de algunas. Y vino una vez más a mi cabeza lo que me dijo el pasado 1 de marzo, aniversario de la cofradía, un muy querido hermano, cuya sangre entronca directamente con la fundación: “Amigo, nunca terminamos de valorar y de agradecer la inmensa fortuna que tenemos de pertenecer a esta institución”. Tiene toda la razón. Y cada vez que contemplo cosas como las que te acabo de contar, mi convicción y mi amor por esta cofradía, da una vuelta de tuerca más. 

Hasta pronto, querido diario.

(Continuará…)

Cofradía de Ntra. Sra. de la Piedad y del Sto. Sepulcro