Viernes, 17 de noviembre de 2023

El Arzobispo

Querido diario: 

Vengo a contarte que este mes de noviembre vivimos aquí en la Piedad un trasiego nervioso. Es como si el cuerpo intuyera que algo importante está por ocurrir en estos días del penúltimo mes del año. Y resulta que el cuerpo va a estar en lo cierto, porque históricamente en el mes de noviembre el calendario se acelera en esta santa casa. Vamos, que pasan cositas. Sin ir más lejos, este mes de noviembre la Piedad ha vivido un momento que, por su importancia y singularidad, pasará a engrosar su mejor historia. Te cuento que a las siete y media de la tarde del lunes 13 de noviembre, sonó el timbre del piso de la cofradía. Y cuando abrieron la puerta, entró en la casa de la Piedad el Señor Arzobispo don Carlos Escribano. Nunca una visita tan ilustre había pisado nuestra sede. Nunca olvidará la Piedad ese día de noviembre en el que el Arzobispo de Zaragoza visitó su casa. Pero también tengo que contarte un secreto que tal vez no sepas. Y es que, pese a ser histórico para nosotros, que lo es, no es la primera vez que un Arzobispo tiene la deferencia de acudir personalmente al encuentro con la Piedad. De hecho, ya sucedió algo similar hace setenta y un años. Y si quieres saber quién, cómo, dónde, cuándo y por qué, estás en el sitio correcto, porque yo te lo voy a contar y a enseñar. Porque entre la Piedad y el palacio Arzobispal, siempre ha habido una buenísima conexión.

Pero antes de montarnos en la máquina del tiempo, acudamos a lo más cercano y actual. Por lo que vi, por lo que me contaron, por lo que intuyo, don Carlos se plantó en el primer piso del número 100 de la calle Cesaraugusto (nuestra casa) con la curiosidad prendida en la mirada. Llevaba el Señor Arzobispo varios días dando vueltas de parroquia en parroquia por la zona centro para conocer de primera mano la realidad de la vida del rebaño que pastorea. Y llegado a San Felipe, alguien le debió contar (a lo mejor fue don Sergio…) eso de que, entre otras cofradías, la Piedad vivía en el barrio. Y que justo cada lunes un grupo de trabajo se reunía en algo de la obra social. Así que presto y dispuesto, don Carlos se echó a la calle, cruzó la plaza de San Felipe, caminó a buen paso la calle Torrenueva, se plantó en la puerta del inmueble y tocó el timbre. Lo que allí se encontró no se lo esperaba, según sus propias palabras. Aquello difuso de la obra social que le contaran, resultó ser algo muy concreto y vivo y activo y participativo y real. Se llama Secretaría de Caridad de la Piedad y la acción se produjo ante su asombrada mirada. Cariñosamente pidió explicaciones y cariñosamente se le explicó que la Piedad es Caridad y que lo lleva siendo esforzada y calladamente y amorosamente y adaptándose a los tiempos y épocas cambiantes, desde el año 1940. Ochenta y tres años de Caridad, que es la esencia de la Piedad. Nuestra gran obra. Nuestro tesoro. Nuestra mejor labor. Nuestro orgullo. Y desde este lunes de noviembre, según sus propias palabras, también el orgullo de nuestro Señor Arzobispo don Carlos. Al que la Piedad, y yo, le estámos muy agradecidos por su visita.

Y una vez que te he contado el honor de esta visita arzobispal del hoy, ahora te voy a hablar del mismo honor que embargó a la cofradía y sus hermanos en la visita arzobispal del ayer. Esta vez viajamos en el tiempo hasta la Semana Santa del año 1952. Y nos encontramos a una cofradía de la Piedad que se va consolidando después de quince años de vida intensa. La Piedad ha pasado de todo en esa primera década y media: los tenebrosos tiempos de la guerra con toda su tragedia, la terrible hambruna de los primeros años cuarenta, la miseria de un barrio casi olvidado que, sin embargo y contra todo y todos, la cofradía ha hecho suyo… Y ahora, recién estrenados los años cincuenta, parece que algo de luz se atisba al final del túnel: el socorro a la Madre Desvalida ha convertido en muy popular y de paso ha hecho muy querida en el Boterón a la cofradía de la Piedad, a sus hermanos, empeñada en su esfuerzo por extender su ayuda hasta las capas más necesitadas de esa comunidad rota. En ese afán de dignificar el barrio y a sus moradores, la cofradía mueve sus contactos, acude a las plantas nobles, se entrevista con poderosos. La idea es, como diríamos hoy, dar visibilidad al barrio. Y para lograrlo ponen los hermanos todo su empeño. De estas gestiones se consigue un logro inédito, superlativo para la época y el momento. Te cuento… A las cuatro y media de la tarde del Viernes Santo, 11 de abril de 1952, un coche negro aparca en la plazuela de San Nicolás, a escasos pasos de la iglesia. Del automóvil desciende un hombre menudo, revestido con capa pluvial y un amplio sombrero en la mano. La cruz que le cuelga del cuello y el anillo en el cuarto dedo de su mano derecha anuncian la dignidad de su cargo. Por primera vez en la historia, un Arzobispo, el Señor don Rigoberto Doménech y Valls, ha salido de su residencia para acudir a un acto propio de la cofradía y presidir en persona el Ejercicio de la Piedad. Que, conviene recordar, entonces consistía en la entrega de las ayudas en mano a las auténticas madres desvalidas, que llenaban la iglesia en un día feliz lleno de emoción, lágrimas, agradecimiento y Piedad. Todo lo vio en directo aquel Arzobispo y cuentan las crónicas que las palabras dedicadas por el Hermano Mayor, don Manuel Balet Salesa, a aquel grupo de mujeres vestidas de negro, conmovieron a don Rigoberto. Y, de paso, a los 375 hermanos de la Piedad que entonces aún no sabían, aunque lo intuían, que estaban viviendo un día histórico. Algo así como lo que nos pasa a nosotros ahora, transcurridos más de setenta años, con el paseo de don Carlos hasta nuestra casa. Pero ya sabes, querido diario, eso de que en la Piedad el tiempo sólo es una palabra.

Pero ahora que lo pienso… Estaría muy mal por mi parte despedir esta entrada de hoy sin hablarte, aunque sea sucintamente, de dos ocasiones más en las que se cruzaron la vida del arzobispo de turno con la de nuestra cofradía. Una sucedió en el año 1972, cuando con ocasión de los actos programados para celebrar el centenario de la imagen de la Piedad, el entonces Señor Arzobispo don Pedro Cantero Cuadrado respondió a la invitación de la cofradía -dirigida entonces por el Hermano Mayor don Carmelo Zaldívar- para presidir aquellas magníficas jornadas en la que hubo de todo: exposiciones pictóricas, concursos literarios y homenajes a destacados e históricos  cofrades. Y ahí estuvo don Pedro, muy cerca de la Piedad.

La otra está más cercana en el tiempo, tanto que casi es actual. Te cuento que también se celebraba un importante acontecimiento y también un Arzobispo acudió a la llamada de la Piedad. Fue en el año 2011, cuando la cofradía festejaba por todo lo alto el setenta y cinco aniversario de su fundación, con el Hermano Mayor don Andrés Vitoria rigiendo los destinos de la hermandad. Y aquí nuestro arzobispo era don Manuel Ureña, que solícito atendió en dos marcos diferentes a la Piedad en apenas unos días. La primera vez en el Pilar, hasta donde en una procesión extraordinaria peregrinamos los cofrades escoltando a la Madre, para acudir a una misa extraordinaria celebrada por don Manuel en el marco incomparable del Altar Mayor. Para la segunda cita, don Manuel Ureña hizo un esfuerzo algo mayor, porque hasta tuvo que trasnochar. Salió don Manuel de su casa pasadas la una y media de la madrugada y caminó hasta la plaza de San Bruno, donde dedicó unas bellas palabras a la cofradía formada a sus pies. Y ya que estaba, tuvo a bien -y la Piedad el honor- de acompañar al cortejo hasta las mismas puertas de San Nicolás, en una escena muy similar a la que hace más de siete décadas protagonizara aquel otro arzobispo por amor a la Piedad.

Hasta pronto, querido diario.

(Continuará…)

Cofradía de Ntra. Sra. de la Piedad y del Sto. Sepulcro