Miércoles, 1 de Noviembre de 2023

El Memento

Querido diario:

He venido a contarte que hoy es el primer día de noviembre. Es noviembre un mes que nos llega quedo, como a media voz, cuajado de tintes melancólicos. Si hubiera que abrir este penúltimo plazo del año con un sonido, sería el del viento silbante jugando al escondite entre las copas de ondulantes cipreses. En una estampa como muy becqueriana. En la particular banda sonora de mi cabeza, estos días voy alternando un trocito del Réquiem de Mozart con otro del bello Adagio de Albinoni o con esa otra conmovedora melodía compuesta por Casals, que suele acompañar a los enlutados minutos de silencio del Camp Nou: el Canto de los pájaros. Noviembre arranca para los creyentes como yo con una inevitable revisión del pasado más sentimental: el recuerdo amoroso a quienes se nos han marchado, que cada 1 de noviembre realimenta esa llamita de la nostalgia, que reaviva un poquito más ese dolor íntimamente escondido con el que apenas he aprendido a convivir y a caminar mi camino sabiendo que algo dentro de mí está roto para siempre. E indefectiblemente -como cada vez que vienen curvas en mi vida-, el Día de Todos los Santos y el de Difuntos a mí me llevan a pensar en mi cofradía, representada en una imagen que siempre se me antojó poderosísima: los mementos. Esas cruces de oscura madera. Pesadas, rotundas, sobrias, pero tan importantes porque llevan tatuados en su noble piel los nombres de todos los hombres que han vestido a lo largo de los años nuestra blanca librea. Y pienso, extrañamente reconfortado, que un día yo seré el memento. Por eso, quizá este primer día de noviembre sea el más indicado para abrir el In Memoriam y hablarte de cómo se vive desde siempre la muerte, el luto, las ausencias, el duelo o las despedidas, en la Cofradía de Nuestra Señora de la Piedad. Así que con todo el respeto y mucho cariño, y tratando de no perder la compostura, vamos a recordar…

Quiero que sepas, para empezar, que esa cruz (cruces) de los muertos que tú ahora recuerdas caminando majestuosamente en la madrugada por las calles de la vieja Zaragoza, no siempre existió. Enseguida te contaré quién y por qué y cuándo y para qué apareció la cruz del memento en la Piedad. Pero antes deja que te diga que en los primeros años tras la fundación, tan sólo aparecía entre las filas piadosas una cruz liviana y sencilla, sin recargas ni ornatos, que tradicional y discretamente portaba en las procesiones el hermano don Mauricio Murillo. He de añadir que en aquellos tiempos ni siquiera era necesaria la presencia de un memento en los cortejos procesionales, por una razón más que entendible: durante los seis primeros años la Virgen de la Piedad no llamó a su presencia a ninguno de sus cofrades. La cofradía entera se vestiría de luto por primera vez el día 6 de febrero de 1942 para acudir al funeral de don Ángel Lafuente Hernández, que partió prematuramente al encuentro con la Madre y que dejó hondo pesar y desasosiego en la comunidad piadosa, tanto por lo inesperado de su deceso como por la rapidez con la que se desarrolló fatalmente la enfermedad. Además, la juventud del finado añadía un punto de tragedia al suceso. Y una cosa más y no poco importante. Fue el hermano Lafuente, a la vista de los Estatutos, donde se hablaba de la Madre Desvalida, quien solicitó en capítulo que la cofradía hiciese algo por esas madres y propuso que se destinase una cantidad -que fue de 150 pesetas al principio- para dicho fin. O sea, que pasó a nuestra Historia con mayúsculas, convirtiéndose en el primer impulsor de nuestro socorro a la Madre Desvalida, antecedente de lo que hoy es la Secretaría de Caridad.

Quizá con esta explicación se entienda mejor el dolor que traspasó las filas de hermanos -cuando todos se conocían y la cofradía era una auténtica familia- al velar el cadáver de uno de los suyos vestido para el viaje definitivo con su hábito, convertido en inmejorable mortaja, atendiendo así a lo sancionado en nuestros estatutos. Pero no termina ahí la cosa. Precisamente fue en ese velatorio donde los familiares, amigos y hermanos de cofradía, vieron cubierto un ataúd por vez primera con el magnífico paño mortuorio (que no sabanilla, que es otra cosa y para otro fin) de blanca y espesa lana y rematado con el bello escudo bermejo, lo que causó una honda impresión en todos los asistentes, según cuenta en su prodigiosa y exacta memoria quien fuera nuestro primer Secretario y Hermano Fundador don Pedro Herrando Herrero. ¿De quién fue la idea de ese paño destinado a honrar a los hermanos en la hora de la Verdad? Pues fue una ocurrencia de dos titanes de nuestra primera hora, en esa etapa incierta en la que se marcó el ideario, la puesta en marcha, las formas y el fondo.  Dos de los fundadores que construyeron, junto a unos pocos más y desde la nada, la Historia inmutable de la Piedad. Conviene recordar de vez en cuando, sin falsas pretensiones ni orgullos vacuos, pero con rigor, que antes de la Piedad nada ni nadie existía en la Semana Santa de Zaragoza más allá de la Sangre de Cristo -algo menguada en la época, por cierto-. Y que la obra solitaria y sorprendente de aquellos cofrades, hombres entusiastas y pioneros, sirvió de ejemplo y contagió a otros zaragozanos también magníficos en otros nuevos proyectos cofrades, lo que todo unido cambió con los años el perfil de los días santos que así han llegado hasta la actualidad convertidos felizmente en la rica Semana Santa de nuestra ciudad. Es de justicia decir que esos dos hombres, otros dos fundadores, se llamaban don Luis Peclós Matud y don Carmelo Zaldívar Arenzana. Por cierto, del multitudinario funeral de don Carmelo -cubierto su ataúd con el mismo paño que él mismo concibiera hacía ya tantos años- ya te he hablado en alguna otra entrada, querido diario. Pero por si acaso no lo recuerdas, una imagen vale más que mil palabras. Aquí te la dejo.

En este punto regresaremos por un momento a la historia de los mementos y a las circunstancias que provocaron su aparición. Y, ante todo, recordaremos a la persona que tuvo la claridad de ver la necesidad de incluir en los desfiles el emotivo recuerdo a quienes nos han precedido en la procesión del Cielo. El fallecimiento de don Ángel Lafuente había abierto a la cofradía a una nueva realidad incuestionable aunque penosa: el tiempo pasaba y las bajas irían llegando irremisiblemente. Y así fue. La triste circunstancia movió a don Luis Ríos Ríos a plantearse de qué manera homenajear y mantener presentes a los ausentes, siquiera de manera simbólica. Así se le ocurrió lo que él mismo dio en llamar Cruz de los Muertos, que con el tiempo derivó hacia una denominación más ortodoxa y que ha llegado hasta nosotros: Cruz de Memento, vulgo el memento. Como la nómina de bajas fue con el transcurrir de los años en lento pero progresivo aumento, la idea de don Luis terminó de alcanzar pleno éxito con la idea de grabar el nombre de cada uno de los hermanos fallecidos, añadiendo al lado la fecha del óbito. Desde entonces hasta el día de hoy, 424 nombres se han tallado en las maderas de las cuatro cruces que la Piedad ha ido construyendo, golpe a golpe, duelo a duelo, con amor infinito a lo largo del tiempo.

Antes de despedirme quiero contarte algo muy íntimo, aunque común en esta santa casa. Tengo la costumbre, aprendida aquí como tantas cosas fundamentales, de acercarme a los mementos a pocos minutos de comenzar cada procesión, para rezar cerca de esos nombres y buscar los más queridos para mí. Lo hago discreto, pero junto a tantos de mis hermanos tan emocionados en ese instante sagrado. Nosotros sabemos en qué cruz y a qué altura está el nombre del hombre al que cada uno añoramos. Es un momento difícilmente explicable en palabras, pero ciertamente trascendente, impactante, emocionante. Cabezas agachadas, corazones acelerados, miradas acuosas, apoyados en el memento o muy cerca de él, algunos acarician delicadamente un nombre que es mucho más que un nombre, porque ahí están nuestros bisabuelos, abuelos, padres, hermanos, amigos… y todo sin ruido, sin aspavientos, serena y calladamente. Yo lo hago porque así me lo han enseñado en mi cofradía sin necesidad de explicarlo, sin ni siquiera pronunciar una sola palabra. Nunca hizo falta. Simplemente como otro rasgo más de respeto hacia lo que somos. Pero también lo hago porque yo mismo soy consciente de que la mejor historia de nuestra cofradía, la más querida, cuelga de esas sagradas maderas. Y que todos juntos somos la Cofradía de Nuestra Señora de la Piedad y del Santo Sepulcro. Los de antes, los de ahora… Nunca se deja de ser cofrade de la Piedad.

Hasta pronto, querido diario.

(Continuará…)

Cofradía de Ntra. Sra. de la Piedad y del Sto. Sepulcro