Sábado, 21 de octubre de 2023

El Número 1

Querido diario:

En la Piedad jamás decimos que se nos ha muerto alguien. En esta santa casa decimos desde siempre que, llegada la hora definitiva, un hermano nuestro ha partido al encuentro con la Madre. Es una muestra más de que en esta cofradía, que tanto y durante tanto tiempo ha cuidado los más pequeños detalles para sostener sobre ellos costumbres hasta convertirlas en tradiciones inmutables, sabemos también de la importancia de las palabras y de cómo utilizarlas. Así que cuando a uno de sus hijos le llega la hora de la Verdad, decimos siempre esa frase que te contaba y que a mí me suena a letanía sagrada. Y que me conmueve y me consuela, porque he aprendido a creer firmemente en su mensaje. Así que quede claro, que aquí, en la Piedad, los hermanos no se mueren, porque se es cofrade de la Virgen eternamente. Dicho lo cual, querido diario, tengo la triste obligación de contarte que en la madrugada de este sábado de finales de octubre, del mes de la Virgen por excelencia para un aragonés, el hermano Enrique Octavio Sanz ha partido de este mundo al encuentro con la Madre de la Piedad que, estoy seguro, ya lo abraza dulcemente en su regazo. 

Es muy difícil explicar en pocas palabras quién es y lo que ha significado don Enrique Octavio en la Piedad a lo largo y ancho de sus más de ochenta y un años vistiendo la blanca librea que acredita a los hijos de Nuestra Señora, así que lo resumiré en una sola frase: Enrique ha sido el Número 1. Y entiéndase en el más amplio sentido de la expresión. El número uno porque encabezaba nuestras listas con su nombre desde el 28 de diciembre de 2010, como muestra de sus muchos años de permanencia y fidelidad a Nuestra Señora de la Piedad. El número uno porque llegó hasta nosotros agarrado de la mano de su padre (en la otra iba su querido hermano Cipriano), un 10 de marzo de 1942, lo que nos habla de una vida larga, intensa y llena de amor y dedicación y entrega a los valores recogidos en esa imagen bellísima a la que acompañó desde los doce años hasta que las fuerzas se lo permitieron, y que no hace demasiado. Número uno porque como cofrade siempre ha sido -me niego a hablar en pasado- un espejo en el que mirarse, un ejemplo al que seguir, una mano a la que sujetarse, un consejero al que acudir. Y número uno porque aquel que lo necesitó, siempre recibió de él una palabra, un gesto, un abrazo, un cariño, un consejo, de su generoso e inabordable repertorio guardado en su enorme corazón que siempre estaba abierto y puesto a disposición de todos sus hermanos de cofradía. Su cercanía, su bonhomía, su afecto, su humildad sin afecciones, lo convirtieron sin él pretenderlo en un referente piadoso incuestionable para cofrades de los más diversos perfiles e incluso edades. El número 1.

En la cofradía, entregado a su servicio sin horario, Enrique Octavio lo fue todo. Acompasó su vida a las necesidades que le fue exigiendo la Piedad con el paso de los años, de las décadas. Así, estuvo en aquellos primeros grupos de niños con bonete entre los que distinguimos nombres históricos de nuestra hermandad; más tarde, en su primera juventud, su fe y su energía lo llevaron a sostener las andas del Santísimo Cristo de la Piedad en un esfuerzo lleno de felicidad y sólidas amistades; después, los años y las circunstancias lo situaron en puestos de responsabilidad, y así ejerció labores de Tesorero en las juntas presididas por don José María Franco de Espés y, a continuación, por don Emilio Parra Gasque. Además, como ya te he contado más arriba, tras el fallecimiento de don José Bosqued García, pasó a a abrir nuestro listado de cofrades. Aquello no cambió nada en nuestro Enrique: humilde, cercano, sencillo, colaborador infatigable, piadoso hasta la médula, acudía puntualmente a las citas de la Secretaría de Caridad, donde actuó hasta hace pocos años como concienzudo hermano Visitador. Aunque uno de los honores que con más orgullo lucía prendido en su inigualable currículo de magnífico cofrade de la Piedad, era el de haber sido nombrado Hermano Consultor por sus muchos años de generosa dedicación a las cosas de la cofradía, una iniciativa propuesta por el Hermano Mayor don Enrique González Paúles. «Tiene algunos de los privilegios del Hermano Mayor, sin ninguna de sus obligaciones», decía Enrique echando mano de su refinado sentido del humor. El número 1.

Incluso su vida profesional estuvo en buena medida, y afortunadamente para nosotros, vinculada sobremanera a la Piedad. Te contaré algo que ya sabes: que desde 1946 la cofradía edita un precioso folleto que se ha convertido en auténtica memoria de todo lo acaecido a lo largo de nuestra historia y, más importante, nos habla copiosamente de los hombres insignes, magníficos, que la hicieron posible a través de los años. Pues la empresa de artes gráficas que desde el primer momento diseñó, imprimió y convirtió aquellos legajos desordenados que le entregaba cada cuaresma el Hermano Secretario de turno, en joyas de papel impreso, se llamaba Octavio y Félez, y era el negocio de su familia. Así que nuestro número uno ha vivido el espíritu de la Piedad en su casa desde la más tierna infancia. Y con esa referencia siempre presente, creció y conoció tiempos y personas que el resto sólo reconocemos en fotografías antiguas de color sepia. Pero para Enrique, como relataba en esas charlas exquisitas paladeando un buen vino, aquellos nombres míticos para nosotros, eran amigos de los que él recordaba el tono de la voz, la forma de sus expresiones, el sonido de sus risas, el calor de sus abrazos antes de comenzar procesiones en blanco y azul por calles estrechas de hambre antigua y aceras atestadas de fervor y balcones de los que caían flores en forma de saetas y tardes en San Nicolás con mujerucas vestidas de negro ante las que un Hermano Mayor se arrodillaba, les besaba las manos y el amor de la Piedad las convertía en flores del Calvario… Todo eso, y más, lo ha vivido Enrique. Todo lo vio, todo lo guardó en su memoria y todo ha sabido transmitirnos con esa dulzura y esa generosidad que sólo es posible en los grandes hombres. En un Número 1.

Su familia fue siempre pilar imprescindible para Enrique. Los amó por encima de todo. Profesó un amor inmenso a su esposa y sus hijas, a las que yo le escuché una vez que durante muchos años les debió unas vacaciones durante los días de Semana Santa… que nunca llegaron. Tal vez este pequeño detalle anecdótico lo explique sin embargo todo. Pero por si a alguien no le queda claro, el propio Enrique concluyó aquella contrita reflexión con una frase que, con tu permiso querido Enrique, he hecho mía. Como tantas cosas que nos has enseñado en un largo tiempo que ahora se me antoja sin embargo tan escaso. Dijiste: “La cofradía de la Piedad ha sido mi vida. Con mi familia, lo mejor de mi vida”. Recuerdo tu emoción que hoy me esponja el alma y me hace perder de vista la pantalla de mi ordenador mientras trato de poner final a esta especie de entrada del diario, que más bien es una carta de amor a ti. Mas nunca una despedida porque ya sabes, querido Enrique, que nunca se deja de ser cofrade de la Piedad, en esta vida o en la otra. Y que quienes hoy nos quedamos a este lado queriéndote tanto, sabemos bien que has partido al encuentro con la Madre y que ya descansas en su regazo, feliz junto a Ella. Dales un beso a todos los tuyos allá arriba, en el Cielo. 

Hasta pronto querido diario

(Continuará…)

Cofradía de Ntra. Sra. de la Piedad y del Sto. Sepulcro